Sobre RENE KAES

RENE KAES

por Mirta Segoviano




Miércoles 10 de noviembre de 2010, 18:30 horas. Sala de Ceremonias de la Universidad Nacional y Kapodistriana de Atenas.
El recinto es solemne, majestuoso, un lugar donde nos parece poder oír los ecos de los saberes más antiguos. Cada movimiento del ritual previsto es profundamente conmovedor. El Profesor René Kaës, quien recibe de esta casa el título de Doctor Honoris Causa [1], es vestido con los atributos que simbolizan esa dignidad. El momento es formal, sin duda, y concilia no obstante muy bien con una enorme alegría, con un clima de celebración que rebasa al propio acto. Es que la atmósfera anticipa la de los tres días siguientes, los del Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis y Grupo, enteramente dedicado a las investigaciones que se han inspirado en el modelo teórico propuesto por René Kaës en un recorrido que abarca hoy más de cuatro décadas.
Durante al menos los primeros ochenta años del movimiento psicoanalítico, la práctica de los grupos nunca había logrado su carta de ciudadanía. Varios psicoanalistas durante ese tiempo “hicieron grupo”. Pero, aunque se hubieran preocupado de tomar en el grupo la misma posición técnica e instrumental que adoptaban en el dispositivo clásico diván-sillón, y aunque muchos publicaran sus experiencias y sus hallazgos, no intentaron sin embargo hacer validar esta práctica como legítimamente psicoanalítica. En una entrevista mantenida en 1997 2, René Kaës decía: «Proponer al grupo como herramienta de trabajo psicoanalítico, es plantear la cuestión de una eventual separación respecto de los principios que hicieron posible el descubrimiento del inconciente y su teorización. Es mantener abierta la pregunta: ¿estamos todavía en la filiación del fundador? (...) es tener que dar cuenta de que la teorización del aparato psíquico, del inconciente y de la subjetividad son teorizaciones hechas esencialmente a partir de la cura. Entonces nos vemos llevados a admitir (...) que cuando se cambia de dispositivo metodológico, se moviliza al mismo tiempo otras formaciones y otros procesos psíquicos, que habrá que teorizar y que redefinen los límites de la teoría fundada esencialmente sobre la cura individual.»
Cuando la Asociación Internacional de Psicoanálisis dedicó su Congreso de 2004 al tema El psicoanálisis y sus fronteras, invitó a René Kaës de un modo muy especial: primero a participar del encuentro, y luego a escribir un libro que respondiera a la pregunta: «¿En qué atañe el abordaje psicoanalítico de los grupos a los psicoanalistas?». Este pedido testimoniaba, en palabras del autor, la necesidad en que se encontraba el psicoanálisis de producir una apertura.
Entre aquellos primeros largos años y este nuevo siglo sucedieron muchas cosas que pueden explicar semejante cambio de condiciones, este para muchos de nosotros, psicoanalistas de grupo, feliz encuentro.
Por un lado, el psicoanálisis surgido de la práctica del diván ha venido lidiando con creciente apremio en al menos dos frentes: primero, el de una clínica que ha cambiado notablemente y que hoy se presta poco y mal a ese dispositivo; segundo, el de un escenario social, político y económico cuyas exigencias para sus sujetos no condicen con los ritmos, los plazos, ni las búsquedas que las formas del psicoanálisis clásico suponen.
Por el otro lado, la ocasión del acercamiento fue la teoría kaesiana, cuyas consistencia y amplitud no tienen en este campo antecedentes. Kaës comprendió que entre grupo y psicoanálisis había desde el comienzo una “afinidad conflictiva”, en la medida misma en que Freud había inventado el dispositivo de la cura precisamente contra el efecto histérico de la mirada, un efecto que el grupo potencia. Decidió abordar el problema como tal, con un espíritu profundamente psicoanalítico, como el que animó al propio Freud en sus investigaciones. Y, sin buscar ser revolucionario, no temió hacerse cargo de las consecuencias de sus apuestas heurísticas.
Desde sus primeros trabajos psicoanalíticos, la preocupación de Kaës fue la de comprender la psicología del grupo en sus relaciones con la de los sujetos que lo integran, así como las características de los elementos que se constituyen como los operadores de esas relaciones, lo que llamó formaciones y procesos intermediarios.
Parte de la consideración freudiana de que el sujeto no es solamente "para sí mismo su propio fin", sino también y correlativamente "eslabón, heredero, servidor y beneficiario" de los conjuntos inter- y transubjetivos de los que es parte constituida y parte constituyente. Propone así la noción de sujeto del grupo: la intersubjetividad, de la que el sujeto surge y en la cual se sostiene, impone a la formación, a los sistemas, instancias y procesos del aparato psíquico, y en consecuencia al inconciente, un trabajo psíquico, impone contenidos y modos de funcionamiento específicos. El sujeto del inconciente es en primer lugar sujeto del grupo.
Dice el autor: "La sujeción al grupo se funda en la ineluctable roca de la realidad intersubjetiva como condición de existencia del sujeto humano. (...) nuestra prehistoria nos hace, mucho antes de la desligadura del nacimiento, ya miembros de una pareja, sujetos de un grupo, sostenidos por más de un otro como los servidores y los herederos de sus «sueños de deseos irrealizados», de sus represiones y de sus renunciamientos, en la malla de sus discursos, de sus fantasías y de sus historias. (...) Arriesguemos la fórmula de que el sujeto es en primer lugar un «intersujeto». (...) El grupo que nos precede (...) predispone señales de reconocimiento y de convocación, asigna emplazamientos, presenta objetos, ofrece medios de protección y de ataque, traza vías de cumplimiento, señala límites, enuncia prohibiciones. En el grupo se cumplen acciones que sostienen o forman la represión de las representaciones, la sofocación de los afectos, el renunciamiento pulsional". El desarrollo de esta concepción lo lleva a afirmar que el inconciente no coincide estrictamente en sus procesos de formación, en sus contenidos y en sus manifestaciones, con los límites y la lógica interna del aparato psíquico del sujeto considerado aisladamente.
Por otra parte, el sujeto del inconciente no sólo se forma en la intersubjetividad. Es también en ese tejido de materia psíquica donde encuentra exigencias y condiciones para sus transformaciones: cada grupo de los que el sujeto forma parte tiene sus propias exigencias narcisistas, sus formaciones del ideal, sus referencias identificatorias, sus exigencias de represión, contradictorias o convergentes. Estos grupos funcionan como mediadores en la transmisión y la modificación de las referencias identificatorias, de los enunciados míticos e ideológicos, de las leyendas y de las utopías, de los mecanismos de defensa, de una parte de la función represora, de los ritos, así como de la lengua y del uso del significante, de las estructuras antropológicas de la prohibición del incesto y del asesinato del semejante.
En la medida en que hay, asimismo, una realidad psíquica ya constituida y dotada de una capacidad constituyente que precede al sujeto singular, y que, desde el comienzo, una parte de la realidad psíquica se comparte con otros sujetos, Kaës postula que tampoco es posible ya sostener la idea de una coincidencia entre los límites de esta realidad y los del espacio individual y su apuntalamiento corporal: la realidad psíquica del sujeto es en parte transindividual.

En cuanto al grupo mismo, existe una realidad psíquica específica de grupo, que incluye una parte del nivel de la realidad psíquica individual, aunque se diferencia de esta; hay un tiempo que es grupal, una memoria grupal, mecanismos de defensa, una repetición grupales. Las formaciones del ideal propias del grupo, las cadenas asociativas grupales, responden a una lógica grupal propia de un pensamiento grupal. Pero los procesos y las formaciones psíquicas que se despliegan en el grupo no significan una determinación enteramente autónoma, extraña a los sujetos que lo forman. La realidad psíquica del nivel del grupo se apoya y se modela sobre las estructuras de la realidad psíquica individual -en particular sobre las formaciones de la grupalidad intrapsíquica- transformadas, dispuestas y reorganizadas según la lógica del conjunto.
La posición psíquica paradójica que el grupo ocupa, donde el adentro y el afuera se encuentran en puntos indeterminables, permite que sobre los límites, para cada sujeto, el «afuera» adquiera el valor de una prolongación o de una extensión de los grupos internos. La heterogeneidad entre las formas, contenidos y procesos psíquicos propios del espacio psíquico individual, del espacio psíquico interindividual y del espacio psíquico del grupo es parcial. Esta parcialidad posibilita las continuidades y las transferencias de un espacio psíquico en otro. En los hiatos se instalan las formaciones intermediarias, que aseguran el pasaje de un elemento a otro. Algunas de las formaciones intermediarias entre los sujetos singulares y el grupo son capaces de encarnar en emplazamientos y funciones específicas, llamadas fóricas, y que corresponden a funciones como las de porta-palabra, porta-sueño, porta-síntoma, etc. Las funciones intermediarias y las funciones fóricas requieren, tanto como las formaciones y procesos organizadores de la representación del grupo y del agrupamiento, ser tratadas por una doble metapsicología: la del sujeto singular y la de la intersubjetividad. Y es justamente en esta línea de trabajo que Kaës ha propuesto también el modelo del aparato psíquico grupal.

La represión, considerada como una exigencia del conjunto, resulta de intereses propios del conjunto tanto como de intereses propios de cada uno. Sus contenidos, así como sus productos, dependen de las alianzas, pactos y contratos inconcientes, o sea, acuerdos por los cuales, para que se mantenga el vínculo -tanto el vínculo intersubjetivo como el vínculo intrapsíquico entre representaciones y pensamientos-, así como el grupo que lo contiene, ciertas cosas no serán cuestionadas, sino que deberán ser reprimidas, rechazadas, abolidas, depositadas o borradas.
Las alianzas inconcientes, responsables de la producción de ciertos procesos y formaciones, entre ellos los síntomas compartidos, son ellas mismas formaciones que tienen una doble pertenencia metapsicológica: forman parte de la realidad psíquica del sujeto singular -en tanto es sujeto del grupo- y de la realidad psíquica de un conjunto intersubjetivo (pareja, grupo, un conjunto más vasto o institucional); el análisis de sus relaciones puede permitir comprender por qué "toda modificación en las alianzas, los contratos o los pactos pone en cuestión la organización intrapsíquica de cada sujeto singular. Recíprocamente, toda modificación de la estructura, de la economía o de la dinámica del conjunto choca con las fuerzas que sostienen el pacto como componente irreductible del vínculo en el conjunto."

La construcción de una metapsicología de la intersubjetividad es sin duda una apuesta fuerte de René Kaës. Se trata de establecer modelos conceptuales capaces de explicar -incluyendo los niveles inter- y transubjetivos de la constitución y del funcionamiento del psiquismo-, tanto la psique en su singularidad, como los conjuntos psíquicos que las contienen, las estructuran o las sostienen, a la vez que las relaciones recíprocas entre ambos.
El de René Kaës es un aporte fundamental en la concepción de un psiquismo tributario de su época, de una sociedad y de una cultura de las que también obtiene su materia. Este psiquismo, tan subordinado a su atadura corporal como a su atadura intersubjetiva, difiere grandemente del concebido como solamente anudado a lo corporal: su padecimiento asume otros modos y obedece a otros diversos motivos, este psiquismo se transforma y eventualmente se cura también de otro modo y por otras diversas vías que aquel concebido a partir de la sola práctica de la cura.
Sin duda, estos hallazgos de René Kaës vuelven más rico y competente al psicoanálisis que los hace suyos. Pero sobre todo, en tiempos donde la urgencia, la inmediatez y el pragmatismo parecen amenazar su aptitud, estas perspectivas lo reditúan como cuerpo de ideas cuya congruencia y eficacia en el que es su campo de acción, no han podido ser siquiera igualadas.
Resulta claro que hay mucho para celebrar en estas ideas, en esta obra. Pero existe una especie de metacelebración que no deberíamos dejar de destacar: en el reconocimiento a René Kaës se suma, al de los psicoanalistas de grupo que desde hace mucho empezamos a beneficiarnos con sus aportes, el de la institución más representativa del psicoanálisis que podríamos llamar “oficial” y a estos, el reconocimiento de varias Universidades, donde es el saber mismo el que se legitima. Una polifonía —como gustaría llamar este autor a esta diversidad de voces— que el propio Freud no pudo escuchar, pero en cuyos ecos volvemos a evocarlo.

* Psicóloga y Miembro Titular de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo. Desde finales de la década de 1980 se ha especializado en el estudio de la teoría de René Kaës y ha traducido la mayor parte de la obra del autor publicada en castellano desde entonces. 

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